Claudia
Luna Palencia
@claudialunapale
-Juego de espías
Después
de Vietnam, al Protocolo de Ginebra de 1925 se añadió la Convención sobre la
Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas
Bacteriológicas y Toxínicas, el 10 de
abril de 1972.
También
el 3 de septiembre de 1992 se firmó de manera multilateral la Conferencia de
Desarme en Ginebra con el texto de la Convención sobre Armas Químicas. Lo
vigila la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW).
Su
verdadera eficacia es muy polémica: nada más en los últimos cinco años, en el
seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, han sido denunciadas armas químicas en Mosul, Irak en marzo de
2013, el ISIS usó gas sarín contra los
civiles y las fuerzas militares; aunque en 2016, la CIA acusó al ISIS de rociar
gas de mostaza, cloro y gas sarín en Siria.
Asimismo hay evidencias que apuntan a Bashar
al Assad, el dictador sirio detrás del ataque con sarín en Guta en 2013 que dejó un largo reguero
de cadáveres en las calles, en un intento desesperado del mandatario por
recuperar el bastión rebelde.
Además
de la guerra, en el último trienio a la Unión Europea (UE) le preocupa que el
terrorismo de células que va desarrollándose lamentablemente en diversas partes
de su territorio, pueda en dado caso escalar hacia una amenaza real química o
biológica.
El
atentado con Novichok en Salisbury, Reino Unido, contra un ex espía ruso y su
hija ha abierto en canal la vulnerabilidad al respecto no nada más del país
británico sino de todo el club europeo. El mal puede viajar en una valija,
adentro de un aerosol y dispersarse fácilmente en el objetivo civil provocando
un enorme daño masivo a la vida humana y al ambiente porque las esporas se
quedan flotando.
Son
muchas las interrogantes: ¿Quién y por qué lo puso? ¿Qué interés tiene Rusia
con tantos frentes abiertos a nivel internacional de, además, recibir más
sanciones en contra y mayores hostilidades diplomáticas cuando a su recién
reelecto presidente le interesa regresar a la mesa del G-7 lo más pronto
posible?
En
opinión de Simon Manley, embajador de Reino Unido en España, el único culpable
es Rusia, así lo escribió bien claro y fuerte en un editorial publicado en el
periódico ABC.
“La
negativa rusa a atender nuestras peticiones no ha dejado al gobierno británico
más opción que concluir que el Estado ruso es culpable de un intento de
asesinato, mediante el uso de un agente nervioso letal prohibido en la
Convención de Armas Químicas”, aseveró el diplomático.
A COLACIÓN
Se
señala además al Novichok (A-232) una
neurotoxina en forma de gas reconocida desde 1987 que se manifiesta en
forma de ataques epilépticos y conduce a la muerte. El Kremlin afirma que fueron destruidas todas
sus armas químicas y arsenales y que a la fecha no queda nada.
En la
versión oficial británica lo acontecido no es ni un intento de suicidio, ni una
sobredosis accidental, ni lo han hecho los americanos para desestabilizar al
mundo, ni los ucranianos para tenderle una trampa a los rusos, ni mucho menos
es autosembrado por los servicios secretos ingleses para alimentar el sentimiento antirruso.
De
hecho, Moscú ha acusado a Gran Bretaña de no respetar el artículo 9 de la
Convención de Armas Químicas; hay un cruce de recelos y acusaciones, en
respuesta, desde Bruselas se concedió un nuevo aval de confianza a Reino Unido
(su todavía país miembro) al retirar al embajador de la UE de Rusia.
Y la
escalada ha ido todavía más allá: 17 países del club europeo anunciaron la
expulsión de varios diplomáticos rusos del territorio de sus respectivos países; la medida la han secundado en Canadá,
Macedonia, Australia y Noruega.
Desde
Washington, la respuesta a esta algarada diplomática para presionar a Moscú ha
sido consecuente siguiendo igualmente el orden de expulsiones, un total de 60 incluyendo a 12 empleados en la ONU.
Para los
europeos es lo justo y en su dictamen preliminar ha sido terrorismo; es la ventana nebulosa de
las armas químicas y biológicas que ni siquiera por ética deberían de existir;
¿qué pasa si caen en manos de terroristas? Todavía flota en el ambiente el recuerdo del ataque de gas sarín en el metro
de Tokio (20 de marzo de 1995) perpetrado por la secta radical Aum Shinrikyo.
No hay a la fecha un estricto control en las
armas químicas y biológicas más que la buena fe de confiar en la palabra de que
no hay más producción o bien de que todos los arsenales han sido destruidos. Es
un mundo frágil y lamentablemente en disputa de grupos radicales y criminales.
Directora de Conexión Hispanoamérica,
economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales
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