POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia
@claudialunapale
-La paz ultrajada
Como si del florecer de los cerezos se tratara, abril lleva
un par de años convertido en un significativo mes en el álgido termómetro de
las tensiones geopolíticas, con la guerra de Siria como inevitable
protagonista.
Cada vez los roces son crecientes entre Estados Unidos y
Rusia, dos antagonistas y protagonistas, de la gran aldea global cuyos
respectivos intereses estratégicos recalan en Siria para controlar a un país
que, junto con Turquía, goza del privilegio de ser puerta hacia Europa; un
brazo desde la proximidad de Asia al Viejo Continente.
Siria se ubica en la costa oriental del Mediterráneo
y comparte linderos claves: al norte con Turquía, al este con Irak; muy
cerquita están Israel y Jordania al sur y al oeste colinda con el Líbano. Es
decir, orbita en una zona caliente de ambiciones desmedidas de unos por
apropiarse de los recursos naturales y energéticos de los otros.
A la desastrosa guerra civil interna desatada por varias
fuerzas opositoras contra el régimen de Bashar al-Assad en marzo de 2011,
con el tiempo se han sumado diversos tiburones dispuestos a comerse a la
debilitada república árabe: Rusia, Irán, Turquía, Israel, Estados Unidos,
Arabia Saudita con la Unión Europea (UE) y la OTAN como aliados
circunstanciales.
El entramado además se ha ido complicando vorazmente en la
medida que colateral a las fuerzas rebeldes apareció el Estado Islámico (ISIS o
Daesh) actuando como ejército masivo de control y dominación para crear un
Estado dentro de otro Estado, desde una masa territorial siria, hasta
otra iraquí.
En esa telaraña figuran dos bloques equidistantes: Rusia,
Irán y Turquía en apariencia sosteniendo y defendiendo en el poder –aunque sea
con alfileres- al presidente Al-Assad; los tres países persiguen sus propios
fines evitando la caída del desangrado gobierno.
Rusia quiere extender allí varias bases militares ya cuenta
con una área en Latakia y otra naval en Tartús; también venderle varios miles
de millones de dólares en nuevo armamento, y sobre todo, favorecer los negocios
de sus petroleras rusas para construir relevantes obras de calado en el
territorio persa.
Irán, por su parte, pretende el reposicionamiento regional
persiguiendo las grandes obras gasísticas en Siria (que también es chií)
controlando los gasoductos islámicos desde Irak-Siria hasta conectarse con
Europa.
Turquía, nación suní, es el eslabón imprescindible en esta
cadena y el aliado más voluble y quizá menos fiable tanto para Rusia, Irán como
para Siria; el país liderado por Recep Tayyip Erdogan tiende una mano de frente
con unos y por detrás, lo hace con los europeos, país además
miembro de la OTAN.
Los turcos están interviniendo en la vorágine siria porque
libran su particular batalla en contra de los kurdos, a los que culpa de
desestabilizar la frontera que comparten con los sirios y de estar conectados
con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) al que Erdogan acusa de
actividades terroristas.
Del otro lado están Estados Unidos, Israel, Arabia Saudita,
Francia, Alemania y Reino Unido. Desde el Kremlin denuncian que la Casa Blanca
tiene –desde hace tiempo- el denodado interés de romper a Siria en pedacitos
para repartírsela entre sus aliados.
Son dos proyectos distintos: Moscú busca mantener Al-Assad
en el poder con todo el territorio unificado en respeto de su soberanía,
expulsar definitivamente a los combatientes del ISIS y lograr un acuerdo con
los grupos rebeldes; del otro lado, la intención pasa por su fragmentación.
¿Por qué? Estados Unidos tendría más control regional que
compartiría con Israel y Arabia Saudita, dos aliados a los que empoderar para
combatir a Irán; en tanto que a Israel su proyecto pasa por ganar más extensión
territorial, mayor presencia geográfica.
Precisamente la semana pasada, el presidente ruso Vladimir Putin, habló vía telefónica con
Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, para solicitarle “que se
abstuviese de llevar a cabo acciones militares que desestabilicen la situación
en Siria”.
A COLACIÓN
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) juega un papel alicaído
como árbitro global, un mediador con los brazos amputados, para actuar
fehacientemente in situ contra el uso de las armas químicas tan denunciadas en
el desarrollo del conflicto.
Lo más lamentable es
que nosotros el pueblo, nosotros la población civil merecemos vivir en paz, sin
embargo, estamos a merced de las decisiones de personajes como Trump,
Putin o Netanyahu; gente que responde a profundos intereses geoestratégicos de
los amos de la guerra. En lo de las armas químicas, ¿quién miente?.
Directora de
Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora
de temas internacionales
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