POR LA ESPIRAL
Claudia Luna Palencia
@claudialunapale
Venezuela es un enfermo terminal, agonizante, el paciente de una mala terapia reciclada de los peores años en que la democracia quedó secuestrada por una banda de pillos que vieron la oportunidad de perpetuarse en el poder debido a un pueblo diezmado y enojado ante los profundos desequilibrios socioeconómicos imperantes.
Sin esa ira lubricante, la de quitarle al rico lo que tiene y de inclusive a la clase media trabajadora expropiarle sus logros, es muy difícil que tantos tiranos usen de batallón suicida a millones de personas anquilosadas en la pobreza.
El problema no es Nicolás Maduro ni lo ha sido Hugo Chávez son las fuerzas de choque conjuntadas que han abierto en canal, una oportunidad, para el arribo de un grupúsculo de asaltantes de la democracia.
Se puede gobernar pero no tener el poder y carecer del control absoluto no siempre lo uno va unido con lo otro como una condición sine qua non mucho menos cuando se ejerce en un sistema democrático en el que debe prevalecer un sano deslinde de los órganos y cuerpos de Gobierno así como de las instituciones y de las personas que lo conforman.
El asunto truculento emerge cuando la persona que gobierna también quiere tener el control, el poder en su máxima expresión, y para ello se sirve de un grupo en específico y de las bases del pueblo.
Sería insensato señalar que el poder es omnímodo per se porque aunque en apariencia sea una persona la que lo ejerce en toda su dramática potestad cortando libertades, garantías y derechos, sería imposible sostenerse arbitrariamente en el tiempo sin el aval de una oligarquía.
En Venezuela se han conjugado todos los demonios justo cuando parecía que América Latina ya había aprendido la lección de las dictaduras, había mamado el valor de la libertad y de la democracia con el resurgir de todas las reformas económicas, constitucionales, políticas y electorales suscitadas desde 1970 y para más inri que el neoliberalismo presente a partir de la década de los noventa del siglo pasado había mostrado la senda de la democracia y de las reformas económicas como una ruta para dar acceso a más gente hacia el camino de la superación.
Cuba orbitaba olvidada hasta de sí misma como el vestigio del fracaso del modelo socialista de aquellos años en que el comunismo romántico hizo creer que todos algún día seríamos iguales viviendo en una gran comuna.
Pero Venezuela ha demostrado que el espectro no está muerto del todo, peligroso asunto primordialmente porque las disparidades sociales no reducen en los países emergentes al mismo ritmo en que surgen nuevos pocos ricos hasta cuando hay una crisis económica que deja a muchos tirados en la calle; maldito asunto también porque ni los países más desarrollados e industrializados se han librado de contar entre sus huestes con más damnificados económicos y sociales de la crisis.
Y mientras esto siga sucediendo de cara un siglo XXI maquillado de incógnitas ante los enormes desafíos que se nos avecinan como Civilización, por ejemplo, por la robótica y la Inteligencia Artificial codo con codo con el ser humano; entonces, el drama de Venezuela de los últimos días, de los últimos meses y de los últimos años podrá extrapolarse en cualquier momento hacia otro país.
A COLACIÓN
¿Cómo se le enseña el valor de la democracia a un sintecho o se le pide a un profesionista que ha terminado desahuciado por la crisis económica que perdió su trabajo, su casa y hasta a su familia que no se sienta traicionado?
Ese es el meollo revelador de estos estertores emanados desde este país suramericano: enseñarle a la gente que una cartilla de racionamiento mensual y un bono de subsidio de transporte no vale un voto, ni la democracia, ni la libertad de expresión ni ver a sus vecinos convertirse en otros miserables como ellos.
Y convencerles –cuando se esté a tiempo-, de que las seductoras promesas de mejoría económica (como por arte de magia) no son más que palabras envenenadas que a todas luces recurrirán a inflamar el odio hacia el otro la misma matraca de siempre entre poseedores y desposeídos.
El ciclo del Chavismo desde 1999 extendido con Maduro hasta el actual siglo ha dejado una economía quebrada, para los economistas no hay mejor laboratorio social para atestiguar cómo una economía con además recursos petroleros cuantiosos termina socavada con una caída superior al 10% del PIB, hiperinflación, fuga de capitales, endeudamiento creciente y escándalos de saqueos y corrupción en las empresas paraestatales más boyantes.
En el libro “Liberalismo y multiculturalismo, un desafío para el pensamiento democrático” escrito por Ermanno Vitale el autor reflexiona acerca de la virulencia ideológico-política suscitada tras la debacle marxista-comunista… lo que está llenando el vacío es la antítesis de la democracia y la libertad.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales