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lunes, 9 de julio de 2018

VEJEZ ETERNA






















 POR LA ESPIRAL
                             Claudia Luna Palencia
@claudialunapale



-Vejez eterna




            Hace cien años atrás tener cuarenta años de edad significaba ser una persona mayor, tan mayor como una de sesenta años en la actualidad; la ventaja, hoy en día, de vivir por más tiempo ha reconfigurado ese mapa conceptual acerca de las edades y la madurez; aunque  no podemos obviar tiene de cabeza a los diversos sistemas de pensiones y jubilaciones en el mundo.

            Que los cuarenta son los nuevo treinta, que la jubilación podría retrasarse hasta más allá de los setenta años y que habrá nonagenarios tan vitales que querrán viajar en un crucero.

            El mundo camina a una vejez longeva será más acuciosa en unos países que en otros, pero el desafío para las políticas públicas  en general está servido y es un tema muy acucioso.

            Muchos más mayores y menos jóvenes: la pirámide demográfica va a tambalearse y ensancharse en la punta peligrosamente  con implicaciones políticas, sociales y económicas.

            En México, el bono demográfico, implica una fuerte presencia de personas entre los 15 a los 64 años, conformación que tocará su cénit en  2050 para después revertir dicha tendencia.

Desde el inicio del nuevo siglo y milenio fueron más notables los cambios en la pirámide poblacional en comparación con décadas anteriores en las que prevalecieron los niños de 0 a 14 años y la población adulta en edad de retiro a partir de los 64 años.

En el país azteca, dicha tendencia ha ido modificándose en parte por cambios en la tasa de natalidad, aumentos en la longevidad de hombres y mujeres y las parejas tardan más en formar hogares con hijos, etc.

De lo que estamos hablando es de que opera un cambio de proporción entre la población no productiva (niños y personas en edad de retiro) respecto a la población en edad productiva.

Antes de 2020 habrá dos personas productivas por cada persona no productiva, es un hecho sin precedentes en nuestro país, una ventana de oportunidades para el crecimiento, el ahorro interno, debido a tanta gente produciendo.

De allí la urgente necesidad de crear en la actualidad las bases efectivas para aprovechar ese cúmulo humano en edad productiva, que por supuesto después del año 2050 pasará a ensanchar la punta de la pirámide creando una presión sobre de las políticas públicas, ahorros para el retiro y las pensiones primordialmente las que paga el sector público.

De acuerdo con el Conapo, la oferta de mano de obra en México, aumentará de 42 millones de personas en 2000 a 64 millones en 2030 con incrementos medios anuales del orden de 910 mil en la primera década del presente siglo, 798 mil durante la segunda y 477 mil en la tercera.
A COLACIÓN
            En Europa, ya avizoran una especie de cataclismo demográfico, la población europea pasará a perder peso dentro de la población mundial del 25% al 7% a finales del siglo; y es que  hay más muertes que nacimientos desde hace tiempo y no se prevé un cambio de tendencia.

          La pérdida del Estado Benefactor en Europa junto con la larga crisis económica de los últimos ocho años –el primer gran cisma para la Unión Europea- ha significado una especie de alerta para las parejas jóvenes que no quieren pasar el mal trago de sus padres hipotecados hasta los dientes.

         Francia y Alemania intentan contrarrestar el  problema con diversas medidas fiscales, ayudas y subsidios sociales para fomentar el nacimiento de los niños; pero es muy complejo porque la europea es una sociedad egoísta e individualista.

    En España, el periódico La Razón, abordó recientemente  que el envejecimiento de la población es un hecho: “En nuestro país hay, actualmente, un 40% menos de los niños necesarios para que se produzca el relevo generacional”.

    Sin una situación laboral estable, sin franca recuperación salarial y una política pro nacimientos será imposible revertir tan funesta tendencia; hoy en día la mujer española que decide tener un hijo  está embarazándose en promedio a los 30.9 años de edad. Pero insisto: la mayoría  renuncia a hacerlo por todo cuanto implica y sobre todo por el temor que nosotras las mujeres tenemos a quedarnos sin empleo y sin ingreso estando solas, siendo cabeza de familia, con uno o varios hijos que alimentar, dar educación y sacar adelante.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales

           




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